Sólo oler la leche se me revuelve el estómago. No puedo con ella. Pero hasta la semana pasada vivía sumida en la ignorancia. Ignorancia de la que salí gracias a un capuchino en Brighton. Y esto tiene fácil explicación: a diferencia que en España, en Inglaterra lo normal es que la leche se venda fresca, nada de pasteurizada, allí ¡bien fresquita!, de ésa que a los 2 ó 3 días se caduca. Claro, esto no deja de ser un engorro para el comerciante y para el consumidor, pero os prometo que no huele a lechaza densa y mil veces pasteurizada como la de aquí.
A mí esto de la leche fresca ya me pilla tarde y no creo que cambie mis hábitos alimenticios a estas alturas. Aunque al menos sé que de vez en cuando me podré tomar un capuchino bien espumoso, con extra de cacao y un pellizco de azúcar.