Carlota tenía tan sólo doce años cuando murió. La encontraron un trece de octubre subida a un árbol, sin aliento y más fría que un témpano.
Al principio la gente pensaba que la cría estaba dormida o jugando con las hormigas. Pero después de tres horas alguien imaginó que era demasiado tiempo para estar a cuatro metros de altura. Sus vecinos decidieron azuzarla con un palo en busca de alguna reacción, pero Carlota no se inmutaba. El segundo intento fue elegir a uno de los vecinos para que escalara hasta su rama, pero Carlota era la única persona de todo el barrio capaz de subir a esas alturas. Después llamaron a los bomberos, pero ellos poco podían hacer. Hacía unos meses que se les habían quemado las instalaciones por culpa de su afición a las tostadas muy tostadas. En esos momentos, no tenían ni un triste hacha y hasta el próximo año no había presupuesto para comprar material nuevo.
Carlota seguía colgada. Era una mañana calurosa y la gente hacía turnos para velar por la pequeña desgraciada. Todos menos sus agobiados padres, ellos tenían otras ocho bocas a las que alimentar, así que lloraban la infortunia de su hija desde la cocina.
A las 15.00 h llegó la prensa. Hicieron cuatro fotos, cuatro preguntas y se largaron. Mañana sería portada del periódico local y seguramente de alguno nacional. La verdad es que últimamente no había muchos artículos de sucesos y éste era perfecto para reavivar el ansia del morbo popular.
Ya eran más de las 19.00 h y Carlota seguía anclada a la rama con su pequeña nariz pegada a la corteza. Desesperados, los vecinos decidienron hacer acopio de piedras e intentar mover el cuerpo a base de golpetazos. Mala idea. Si eran tan torpes como para no poder subir a un árbol, mucho menos podrían acertar a un blanco a cuatro metros. Las pedradas pararon justo después de romperle el último cristal a la Sra. Matilde, que muy amablemente, se había metido en el baño de su casa hasta que terminara el lance.
Pensaron incluso quemar el árbol, pero claro, las consecuencias eran tan dramáticas y radicales (sobretodo pensando en la cercanía de la casa de la Sra. Matilde) que lo desecharon inmediatamente.
Llegó la noche, ya refrescaba. Muchos vecinos habían dado por terminada la partida justo después del ridículo intento de Don José por sacudir el árbol, dejándolo apoyado cual oso al madroño. Otros se fueron depués de ver a cinco vecinos construyendo un castillo humado de no más de cinco segundos de vida. Al final ya no quedaba nadie y Carlota seguía ahí plantada.
Pasaron los días y los vecinos ya se habían habituado a tener un árbol con una decoración tan gore. Sí, había algunos que comentaban la desgracia de la pequeña, pero la conversación no iba más allá de cuatro frases y dos golpecitos en la espalda. Hasta la mismísima Sra. Matilde ya no suspiraba cuando abría las ventanas de su casa y veía a la pobre niña.
¡Qué lástima! quién le iba a decir a la pequeña Carlota que el destino le dejaría durante dos meses y veintitrés días postrada en la copa de un árbol, ulcerándose públicamente y a merced del viento.
(Escrito en octubre de 2008)