martes, 20 de noviembre de 2007

DADA


Estaba decidida a esperar un buen rato antes de entrar en acción. Después de todo, era otra noche más en una semana más, con varios meses de retraso injustificado en el acceso al objetivo invisible, y a un año vista de perder el tiempo miserablemente. Es decir, no había mejores planes que el que tenía ante sí.

La frase no era suya, demasiado barroca, pero venía que ni pintada a la situación. Lo de ser una víbora tiene su gracia al principio, claro. Lo malo es cuando se pasa el plazo para cambiar de piel y se va secando el veneno que destila por unos dientes de cuatro centímetros, algo enemigos de los cánones de belleza occidentales, difíciles de ocultar en las charlas triviales de ascensor o a la hora de pedir un cortado corto de café.

Peor aún, lo terrible es que no queden ganas de morder. Dada miraba a aquel tipo con infinito aburrimiento. Un tipo que llevaba media hora explicándole sus razones para rechazar una oferta de trabajo en una importante firma de abogados barcelonesa. No sabía, claro, que su elocuencia le iba a costar tan cara: en su previsión de riesgos entraban, como máximo y en orden regresivo de posibilidades, las siguientes: una mueca de desdén, una excusa para salir corriendo una bofetada, un vaso de agua derramado en la camisa, una patada en los huevos o un gatillazo marca Obélix (efectos permanentes de la poción) incluso antes de comprar los tres condones pinchados en la máquina del baño.

Una víbora lleva detectores de calor en las cavidades faciales de la parte frontal de su cabeza, tan sensibles que ridiculizan los registros del termómetro de uso común más avanzado.
Dada veía las gotas de sudor del fulano abriéndose paso por los poros, allá en las sienes, a punto de brotar. Se burlaba en silencio de sus afanes por hilar frases ingeniosas con miradas pretendidamente seductoras.
Gracias a la lengua bifurcada, que es su órgano olfativo, la víbora posee un radar completo que supera la técnica autómata más sofisticada. Ataca silenciosa en el lugar correcto, a gran velocidad, con un ángulo mandibular feroz que alcanza los 180 grados y a una velocidad que impide la reacción preventiva.
Dada olía el miedo al fracaso en el rostro del picapleitos. Clavarle los dientes fue tan sencillo, y las consecuencias tan merecidas, que no encontró un placer real en la caza. Mucho menos, desde luego, en los preliminares. El señor abogadete no era un hacha en el sexo oral, segmento oratoria, y seguro que tampoco sacaba buena nota en los demás terrenos del téte a téte.
El interior de los dientes de la víbora está hueco y conectado a las glándulas secretoras del veneno. Al morder, los músculos de estas glándulas se contraen de inmediato y expulsan con mucha potencia el veneno, que se aloja bajo la piel de la presa. El veneno paraliza el sistema nervioso de la víctima, o la muerte por coagulación de la sangre.
Dada no se quedó a ver el resultado. El aburrimiento pesaba más que la curiosidad. Las ganas de arquear su espalda y sentirse un poquito más viva, algo menos reptil, eran superiores también a la lucha contra el aburrimiento. O quizá complementarias. El caso es que, bien pensado, ser una víbora no suena tan mal como ser taxidermista
En la calle se borraban de un plumazo todas las huellas de la semana. Un empleado municipal se manifestaba en silencio contra la recogida de las aceras y el tránsito de víboras por la vía pública. En su cuello, las marcas inequívocas de Dada. En sus cuerdas vocales, una rigidez digna de la guardia de Buckingham. En la pancarta ponía solamente “NO”: la ayuda a la comprensión de sus reclamos estaba serigrafiada en su camiseta blanca. Una bandada de cormoranes, extraviados camino de las rocas blancas de Dover, volaba en dirección sur sobre el cielo de Madrid.

Ajena a tan bucólica visión, Dada –malota Dada- se relamía. El abogado tenía un “after taste” más decente de lo esperado.


Texto: Pablo Ferrer

3 comentarios:

edhigy dijo...

Pequeño proyecto de relatos e imágenes. Éste sólo es uno de tantos.

Dada, forjada a golpe de tecla, clic de ratón y vaciando alguna copa de Ambar.

¿Lo retomamos, Ferrer? Las proyecciones parece que gustaron. Las vieron, sí... pero no las leyeron x;)

Pablo Ferrer dijo...

ehm...
Ande firmo?
Aunque debo encontrarle otra vez el pulso a tan fascinante moza... a ver si estoy a la altura.
Ya te diré. Pero gracias por sacar a la superficie muy buenos recuerdos y una idea que me ponía muchísimo cuando la parimos...

edhigy dijo...

La casa magnética es un buen sitio para recordar a la olviDaDa. Yo invito!

En cuanto termine una ilustración que tengo entre manos, puedo fletar otro barquito PUUU PUUU